Hoy siento cierta melancolía por ti, amigo del alma.
Ayer, nosotros, amigos artistas, los héroes, los jinetes, los caballeros,
estremecíamos al mundo. Juntos y poderosos los tres, pero tú, tú eras el
diamante. Ayer casi lloramos por ti, amigo mío. Descubriste el secreto muy
pronto. Pasaste por esa banca y su brillo te llamó antes de tiempo. Me
sorprendió que de todos los llamados a tomar de ese frasco, sólo tú lo hubieras
robado. Estabas ahí, en el parque, chapoteando en la fuente como un loco,
salpicándome a mí y a él. Los que te criticaban, los que te odiaban, era porque
no te entendían. ¿Recuerdas cuando eras joven? Cómo reflejabas el sol en tu
piel cubierta de agua. Ese brillo meloso, de niño estrella, leyenda, mártir.
Caminabas, expuesto a la luz, artífice, enamorado,
creador, sediento. El calor era extenuante cuando lo viste ahí, sostenido de
ese vagabundo, brillando a través del cristal cortado. Lo tomaste de su mano
mientras dormía, o quizás, moría, en aquella banca del parque. Lo miraste, un
misterio dentro, los secretos de tu naturaleza compactados en ese botellín de
cristal. Abriste lentamente la tapita de plata, lo acercaste a tu nariz, lo
oliste. Nada. Lo tomaste. Nada. Lo tiraste, no te era útil. Regresaste al
centro del parque, a aquella fuente, te refrescaste en ella mientras tantos,
alrededor de ti, desfallecían de calor. Tenías un saco antiguo, de Dinamarca,
blanco y con botones dorados. La gente se sentaba alrededor a asombrarse de tus
juegos de palabras e interpretaciones majestuosas. Pero tú no estabas feliz,
eso no fue suficiente para ti. Te sentaste allí, al borde de la fuente, y
miraste el frasco sobre el pasto, el líquido se había tornado dorado y expedía
una luz cegadora. Lo recogiste, mejor sería darle otra oportunidad. Le diste
otro trago, esta vez, te supo metálico, tolerable. Guardaste el frasco en tu
bolsillo.
Tenías una cámara sobre tu hombro, Arriflex 35 mm, nunca había sido usada
antes por tus iguales. Tus manos la tomaron como si fuera una pelota e hiciste
malabares con ella. Varios se acercaron contigo, yo también lo hice, y jugamos
un futbolito con ella. Con el primer gol la Arriflex
vomitó un triunfo. Ahí estaba, el cortometraje ganador, el de los festivales y
conferencias de prensa. El frasco vibraba en tu bolsillo, lo miraste a través
de tu pantalón, sólo tu visión lograba aquello. Otro sorbo, ahora te supo a té
de limón. Nada mal.
Continuaste tu camino por aquella banqueta del
parque. Cuando miraste el camino engrandecerse y alargarse, unos tambores retumbaron
en tus oídos; tomaste tu guitarra y claves de sol volaban desde tus dedos. Te
hincaste y continuaste con tu creación, haciendo vibrar las copas de los
árboles con cada nota. El pasto se hacía más fresco y se tornaba violáceo.
Miraste a las mariposas revoloteando por tu cabeza, eran notas, las chupabas,
las probabas, las absorbías. Gran contenido vitamínico. Las nubes hacían
remolinos y se movían a tu compás. El frasco, ahora púrpura, con líquido
infinito, chorreaba y flotaba entre los transeúntes anglosajones. Llorabas por
la luz, por la belleza, por la brisa. Ellos te aplaudían y tú tomaste un poco
más del elixir.
Te entregaron un papel y ahí metiste la mano para
sacar tres latas. Me las mostraste, no me sorprendieron. Fue entonces cuando te
sentaste en aquella banca. Miraste a un niño viendo una película en su
teléfono. Era tuya. Todavía no la habías hecho. Miraste tu amado frasco, ahora
amarillo. Le diste varios tragos, te supo a buñuelo. Tu piano frente a ti,
presionabas tus dedos contra las teclas y un viento de perfume, pétalos y
luciérnagas pasaron para glorificarte. Las nubes bajaban para hacerte lluvia de
miel, exquisita, europea. Los árboles eran transparentes, se diluían con el
elixir.
El niño frente a ti se disolvió, ya no regresó. Tú
seguías bebiendo del frasco ahora gris, y tus ojos, como dos hoyos negros se
cerraban ante mí, ante él. El líquido misterioso ahora te sabía a necesidad.
Los árboles de agua temblaban y sus ramas se rompían. Miraste atrás, la fuente
seguía allí, pero no tenías ganas de ir hasta ella. Tomaste mucho más del
líquido, ahora negro, infinito, y el pasto fue tragado por la tierra. Quedaste en que nos íbamos a ver, él, tú y
yo. Pero te quedaste dormido en esa banca, o quizás, morías, cuando alguien
tomó el frasco de tu mano.