El libro del mes




Un libro puede no tener estructura dramática y aun así ser coherente e interesante, especialmente para los profesionales de educación. El libro La flecha en el aire es el diario que el escritor Ismael Grasa llevó durante su impartición de cursos de Filosofía y Educación Cívica en bachillerato. En dicho diario se refleja una consistencia filosófica, en particular, en lo que se refiere a la libertad humana como condición distintiva del hombre, y a la evolución en la didáctica y el manejo de los alumnos.

Ismael Grasa, nacido en Huesca en 1968, es autor de novelas tales como De Madrid al cielo, ganadora del premio Tigre Juan en 1994, y 300 días de sol, libro de relatos cortos por el que recibió el Premio Ojo Crítico de Narrativa en el 2007. Ha sido profesor de español en China y desde el 2005 es profesor de filosofía en el colegio Liceo Europa de Zaragoza.

El título de La flecha en el aire nace de la ocasión en la que el autor dibujó una flecha en la pizarra para explicar a sus alumnos que los seres humanos somos como la flecha que ha salido del arco y está en el aire, en el continuo movimiento de la vida, y que queramos o no, debemos optar por una dirección (p. 35). Esta idea impregna la totalidad de este texto, en donde al impartir clase el profesor busca desarrollar en los alumnos un sentido crítico y un pensamiento direccionado y coherente.

Al inicio, la lectura de este libro puede parecer una pérdida de tiempo, especialmente porque el autor aprovecha el espacio para opinar sobre temas varios, a veces menoscabando otras opiniones –en especial la opinión de los creyentes-, lo cual podría resultar molesto, incluso algo ofensivo para aquellas personas que profesan alguna religión. Pero a medida que se avanza en la lectura es posible apreciar que su opinión es consistente y estructurada.

El autor reclama su versión del derecho a un Estado no confesional, entendido éste como el no reconocimiento oficial del campo específico de lo religioso, alegando que “no tendría por qué haber ninguna clase de distinción jurídica entre una reunión de seguidores de un libro de literatura fantástica, como ‘El señor de los anillos’, o los participantes de un juego de rol, y una misa” (p. 114), ya que, para este autor, el reconocer que existe un ámbito religioso es ya un hecho religioso. Asimismo, opina que no se debe tener que respetar la religión de otros, puesto que la libertad religiosa no significa reconocer, o dar validez, al hecho religioso, sino a la libertad de elegir el creer o no creer. Afirma que los que salen del templo no pueden exigir un reconocimiento legal a su actividad, ni cualquier clase de respeto más allá de la cortesía que los demás quieran tener con ellos (pp. 17-18).  Cabe mencionar que las opiniones del autor en este respecto se mencionan reiterativamente a lo largo de las páginas del libro y pueden resultar ofensivas para las personas que, en efecto, profesan alguna religión, es especial la Católica.

Fuera de las sensibilidades que el autor puede tocar en lectores creyentes, la lectura de esta obra, auque segmentada, es un gran incentivo para la reflexión de los puntos sobre los que el autor discurre. El lector se encuentra, de pronto, escribiendo su propio diario y sus propias reflexiones sobre los temas que el profesor pone sobre la mesa. Trata temas de derechos humanos, tolerancia, respeto, homosexualidad y un sinnúmero de autores de filosofía.

 Llama la atención que el libro no tenga ningún índice, esto debido probablemente a su falta de estructura lineal y narrativa, en donde los acontecimientos que se mencionan en los textos cortos avanzan cronológicamente, pero sin una estricta relación temática entre sí.

El texto refleja invariablemente la subjetividad del autor y es una puerta a conocer mejor la psicología humana, y en específico, la de un profesor de secundaria. Es útil para los lectores que desean o planean ser profesores de secundaria en España, puesto que hay una cantidad muy vasta de anécdotas reales que se relatan de forma interesante y, a veces, humorística. Hasta cierto punto, dicho diario puede entenderse como un manual para ser profesor en la E.S.O.

El autor como profesor presenta una transformación progresiva entre su espíritu de escritor y su vocación a la docencia, en donde al paso del tiempo, hasta su relación con los libros cambia, dando lugar a una interpretación lectora propia de un enseñante, imaginándose constantemente la opinión de sus alumnos al leer un libro y buscándole alguna utilidad para sus clases (p. 127).

A lo largo de La flecha en el aire, el lector que a su vez es docente, deja de sentirse solo frente a los retos que supone el conocimiento filosófico teórico frente a la realidad de su enseñanza práctica al alumnado adolescente. A lo largo de la lectura encontramos al autor autoevaluando su trabajo tanto a la hora de percibir que condiciona a los alumnos mientras daba una clase magistral sobre Nietzsche, como en la hora del receso, cuidando que le vean los alumnos preparando clase o evaluando exámenes, en vez de leyendo el periódico o un libro ajeno al colegio, ya que tienden a pensar de inmediato que se está poniendo al corriente con las noticias del fútbol o divirtiéndose con novelas (p. 173).

Un ejemplo del aprendizaje que un docente puede ganar con la lectura de este libro, es cuando se mencionan los debates acalorados en clase, donde salen a relucir prejuicios racistas, sexistas u homófobos de los alumnos y el dilema que enfrenta el profesor sobre intervenir impositivamente para expresar las ideas moralmente inadmisibles que surgieron en la discusión. Es un consuelo saber que hasta a los grandes autores literarios les ha sucedido que al expresar las ideas “correctas” del debate, sus alumnos perdieran el deseo de participar porque sentían que debían decir lo que el profesor quisiese que dijeran (pp. 11-12). Ante esta situación, el autor tuvo que aprender a ser más prudente en la manera de expresar sus ideas, evolución que todo docente debe vivir para perfeccionarse en su profesión.

Para concluir, me atrevo a recomendar la lectura de “La flecha en el aire” a todo aquel interesado en filosofía y en la docencia, dado que este autor no sólo enfrenta situaciones típicas consideradas desagradables en el aula como críticas por parte de sus alumnos, alumnas que no cumplen con el código de vestimenta del colegio, alumnos insolentes que aunque más inteligentes que el resto no logran graduarse, etc., sino que reflexiona sobre dichas situaciones, indirectamente invitando al lector a reflexionar él mismo sobre dichas situaciones.

Jessica Elizondo
Universidad de Navarra
jelizondo@alumni.unav.es