viernes, 2 de septiembre de 2016

Ecos de Vida


Mi alma no me preguntó cuando comenzó a tejer un segundo corazón en mi cuerpo. Yo estaba acurrucada en el pecho de Dios cuando se formó ese primer latido. Un corazón tan pequeño como el universo entero. Y tan grande como una semilla de mostaza.

El primer órgano que se hace escuchar del ser humano: su corazón.
Eso es lo que somos: un corazón que late.
Nuestro idioma es un latir.
Somos amor.
Gritamos: ¡déjanos vivir!
La vida resuena en el vientre de las que todavía no saben que están embarazadas.
Somos diminutos pero ya sabemos amar, ya sabemos latir.


Mis huesos donaron de su substancia, mis músculos de sus tejidos y mi espíritu de su esencia para construir un templo de amor: mi hija. Sofía.



Y el día de hoy, en el que la Tierra me agradece que haya gestado a tan hermosa criatura, ella ES. Ella es su propia dueña. Tan solo seis meses edad y ya tiene en sus manos el título de propiedad de su persona y su libertad. Tan solo seis meses y dejar que mi cuerpo la formase dentro de mí…