Mi alma
no me preguntó cuando comenzó a tejer un segundo corazón en mi cuerpo. Yo
estaba acurrucada en el pecho de Dios cuando se formó ese primer latido. Un
corazón tan pequeño como el universo entero. Y tan grande como una semilla de
mostaza.
El
primer órgano que se hace escuchar del ser humano: su corazón.
Eso es
lo que somos: un corazón que late.
Nuestro
idioma es un latir.
Somos
amor.
Gritamos:
¡déjanos vivir!
La vida
resuena en el vientre de las que todavía no saben que están embarazadas.
Somos diminutos
pero ya sabemos amar, ya sabemos latir.
Mis
huesos donaron de su substancia, mis músculos de sus tejidos y mi espíritu de
su esencia para construir un templo de amor: mi hija. Sofía.
Y el
día de hoy, en el que la Tierra me agradece que haya gestado a tan hermosa
criatura, ella ES. Ella es su propia dueña. Tan solo seis meses edad y ya tiene
en sus manos el título de propiedad de su persona y su libertad. Tan solo seis
meses y dejar que mi cuerpo la formase dentro de mí…